Pintado sobre pulcros lienzos, el sentimiento universal del amor se debate entre las paradojas de la felicidad y el sufrimiento.
Klimt, Munch, Magritte, Chagall, Lichtenstein, Rodin o Brancusi, son solo algunos de los artistas del siglo XX que han representado ese beso del amor en plena efervescencia romántica, amantes fundidos en un abrazo, en un beso infinito, pero también ese abrazo efímero o el que nunca llegó, pensemos en Toulousse – Loutrec, al menos sincero, pero inmortalizado de idéntica manera.
Lee también: XXV Festival Arte en Mayo
Empecemos este breve recorrido, sobre los estragos que causa ese amor no correspondido.
Nada como la escena mitológica del sentimiento del desamor que concentra Tiziano en “Venus y Adonis”, una audaz composición en la que el maestro italiano del renacimiento muestra a una atrevida mujer, que siendo una diosa, se lanza a la desesperada tras su amado, Adonis, que la rehúsa sin contemplaciones.
Hayez, Klimt y Munch
Uno de los cuadros románticos más populares es el famoso “El beso” (1859) del veneciano, Francesco Hayez, que ofrece una sencilla escena amorosa, típica del romanticismo del XIX y que sirvió para representar a su país, Italia, en la Exposición Universal de París.
Pero para beso famoso el del austriaco Gustav Klimt. A caballo entre el simbolismo y el art nouveau, en su obra de 1907-1908. El beso, los cuerpos de los amantes, profusamente decorados, parecen fundirse en uno solo. Él besa a la joven en la mejilla que sujeta con ambas manos. Puede que represente al propio Klimt junto a su cuñada y su musa, Emilie, no es seguro que llegaran a ser amantes, pero sí la mujer más importante de su vida.
La mujer es protagonista también de la obra del expresionista Edward Munch. Santas, vírgenes o por el contrario seductoras y perversas, esa mujer fatal que seduce al hombre para luego traicionarlo. “Es entonces cuando el hombre se convierte en el sexo débil”, escribe Munch. Un hombre vencido, al que la mujer envuelve con su roja cabellera hasta que “le enmaraña el corazón” para atraparle.
Del surrealismo al pop art
El surrealista René Magritte, agudo e irónico, creó un universo fantástico, mágico, donde lograba que fuera de noche y de día al mismo tiempo. Unos magnéticos cielos azul intenso cubiertos de nubes. Su mundo está plagado de imágenes tan sugerentes como inquietantes, en “Los amantes” (1928) donde los rostros cubiertos por telas blancas se besan de perfil. Una obra enigmática que ha despertado siempre preguntas y no solo sobe las identidades de los protagonistas.
Otro de los grandes del surrealismo, Marc Chagall, judío francés de origen bielorruso, se autorretrata en “El cumpleaños” (1915) flotando mientras besa a su mujer, Bella, el amor de su vida, con quien se acababa de casar ese mismo año. En aquel momento solo se tenían el uno al otro, pero daba igual, poco importaba la austeridad: lo tenían todo.
Llegamos al conocidísimo “Kiss” del neoyorquino, Roy Lichtenstein (1923-1997), representante del pop art, y artista que, junto a Warhol, popularizó lo cotidiano en el arte. Sus icónicos dibujos que parecen salidos de un cómic con colores fuertes y planos son sus señas de identidad. En su versión de 1963 se apropiaba de la estética de los dibujos animados, pero su estilo, que parecía sencillo, parte de planteamientos complejos que él simplificaba.
Besos en piedra
Si solo existiera una escultura de un abrazo, de un beso, ese sería el de Auguste Rodin tan majestuoso como potente y carnal. Fue encargado por el estado francés y expuesto en el Salón de París de 1898. La pareja de amantes hace referencia a Paolo y Francesca, los personajes de «La Divina Comedia» de Dante. El marido de Francesca sorprende a su mujer en adulterio, besándose con su amante, que resulta ser su hermano, y en un ataque de cólera mata a la pareja.
Amor imposible y amores prohibidos
Especialista en temáticas históricas y bíblicas, el británico Frederic Leighton en “El pescador y la sirena” representa una escena de amor imposible muy al gusto finales de siglo XIX. El rostro del joven medio soñando, aventura su trágico final, mientras la sirena se afana en abrazarlo por el cuello, para besarlo y arrastrar a su amor a las profundidades del mar.
El pintor rococó Louis-François Lagrenée, en “Las dos amigas” (1749), da su versión de Pigmalión y Galatea, que permite a este especialista en mitos griegos y pasajes bíblicos dibujar cuerpos desnudos. Más que dos amigas, se trata de una escena erótica entre dos jóvenes. El erotismo estaba muy en boga en la alta burguesía francesa del XVIII.
“En la cama” (1892) de Toulouse-Lautrec, una de las pinturas eróticas que hacía por encargo y que pintó para decorar un prostíbulo del parisino barrio de Montmartre por los que deambuló parte de su vida huyendo de la soledad. Dos mujeres se funden en un abrazo que, más que pasión entre dos muchachas, lo que transmite es ternura, como la suya que pese a no encontrar nunca quien le amara, sí encontró la inspiración y la paz para sobrevivir.
Como diría el Nobel de literatura, Albert Camus: “No ser amado no es más que una simple desventura; la verdadera desgracia es no amar”.