Nunca una especie extinguida tuvo tantos nuevos miembros como la de los dinosaurios. En los últimos meses, los expertos han hecho públicos importantes hallazgos en el campo de la paleontología sobre nuevas especies que han despertado la curiosidad del público.

La casualidad ha querido, además, que algunos hayan sido encontrados por legos en la materia, como Diego Suárez, un niño de siete años, que un día fue a buscar dinosaurios mientras sus padres arqueólogos hacían trabajo de campo en el sur la Patagonia chilena y, vaya si los encontró, el pequeño se dio de bruces con los restos de uno de los ejemplares más extraños descubiertos hasta ahora.

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Aunque el hallazgo del “Chilesaurus diegosuarezi”, de 145 millones de años, se produjo en 2004, los paleontólogos no lo presentaron en sociedad hasta hace un par de meses, lo mismo que ha pasado con el último recién llegado a esta familia, cuya existencia se acaba de dar a conocer aunque se localizó hace una década, y es que la tarea de clasificar y estudian a fondo unos restos no es cosa de un día.

“HELLBOY”, el primo del triceratops

Su nombre científico es “Regaliceratops peterhewsi”, pero los paleontólogos le llaman cariñosamente “Hellboy”, y hace unos 70 millones de años se andaba paseando por el sur de Canadá, donde una década atrás un hombre llamado Peter Hewsi encontró unos huesos que sobresalían de un acantilado en el río Oldman y resultaron ser un cráneo de dinosaurio muy bien conservado.

Una vez que los expertos limpiaron sus huesos, estuvo claro lo que hacía de “Hellboy” un chico especial. Además de un cuerno nasal más alto que del tricepratops (al que se parece) y otros pequeños “casi ridículamente pequeños”, lo que más destacaba en el cráneo era una especie de gola en el cuello de forma similar a una corona.

El paleontólogo Caleb Brown, del Royal Museum Tyrrell de Canadá, donde se han estudiado los restos, recuerda que “obviamente se trata de una nueva especie, una inesperada. Muchos investigadores en dinosaurios con cuernos que visitaron el museo lo miraron dos veces la primera vez que lo vieron en el laboratorio, debido a su gola”.

La piedra rosetta de la paleontología

No menos especial es el “chilesaurus diegosuarezi”, llamado así en honor a su, entonces, pequeño descubridor, quien jugando dio en la Patagonia chilena con “la piedra Rosetta de la paleontología”, como se refiere a este dinosaurio el jefe del laboratorio de anatomía comparada en el Museo de Ciencias Naturales de Buenos Aires, Fernando Novas, una de las personas que mejor conocen los restos de ese extraño ejemplar, que no pertenece a ninguno de los grupos conocidos hasta ahora.

“Tiene características de los terópodos, mayoritariamente carnívoros, los ornitisquios y los sauropodomorfos, ambos herbívoros, por lo que constituye un verdadero rompecabezas evolutivo” dijo el científico a Efe el pasado abril.

El “Chilesaurus diegosuarezi”, de 145 millones de años y el primero del periodo Jurásico conocido en Chile, tenía un pico córneo y dientes en forma de espátula, del tamaño de un caballo pequeño, con brazos robustos y manos de dos dedos cortos acabados en garras ligeramente curvas.

Aunque el “Chilesaurus” era un animal “muy extraño”, la gran cantidad de restos encontrados apunta, según Novas, a que se trataba de uno de los habitantes más comunes en el sur de la Patagonia hace 145 millones de años y revela que la historia de los dinosaurios fue “mucho más compleja de lo que imaginábamos”.

“YI QUI”, un pájaro extraño

De esa complejidad y seguramente también como señal de que no está todo visto en materia de dinosaurios da fe “Yi Qui”, perteneciente al periódico Jurásico, descubierto en el noroeste de China y que es famoso por tener alas que no eran de plumas, sino de piel, similares a las de los murciélagos.

Esa peculiaridad es la que le han dado su nombre, pues “Yi Qui” significa “ala extraña” en mandarín. Un ejemplar que pertenece a un grupo enigmático de pequeños dinosaurios llamado “scansoriopterygids”, que hasta ahora solo se conocen en China y están relacionados con las aves primitivas.

Sin embargo, los expertos no tienen claro que esas extrañas alas sirvieran para que “Yi Qui” surcara los cielos. Más allá de algún pequeño vuelo entre árboles, consideran que se movía por el aire usando sus membranas a la manera de las ardillas voladoras. Un ejemplar tan raro que los paleontólogos consideran que podría tratarse de un “extraño experimento evolutivo que finalmente fracasó”.