La entrada del cementerio de La Verbena, designado por el Gobierno para fallecidos a causa del COVID-19, se nutre de carrozas fúnebres estacionadas enfrente; todas están a la espera de tramitar el ingreso de nuevos cadáveres para sepultarlos en las fosas destinadas para la pandemia.

La imponente reja que resguarda el cementerio La Verbena, ubicado en la zona 7 de la capital, es ahora una barrera impenetrable para los seres queridos de aquellos que perdieron la vida contra el virus; esa enfermedad que ha dejado 582 fallecidos y 14 mil 540 contagios en total, según la última actualización este martes por la noche.

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No hay funerales. La despedida debe hacerse en plena calle, con la suficiente distancia del auto que transporta el féretro. La angustia es una constante frente al cementerio; famoso por haber alojado a los muertos sin reconocer y por resguardar fosas comunes de víctimas del Estado durante el conflicto armado interno y que ya han sido estudiadas por antropólogos forenses.

Protocolos en entierros en La Verbena por COVID-19 en Guatemala

Efe constató en apenas tres horas de la mañana del lunes en el cementerio La Verbena la llegada de una decena de carrozas, en su mayoría acompañadas por sus familiares.

Entre los vehículos, uno procedente del IGSS llegó con un cuerpo denominado XX; llegó así al no haber sido reclamado por familiares en el estricto período de seis horas para el manejo de cuerpos víctimas de enfermedades emergentes infecciosas, como lo determina el Ministerio de Salud.

Según cifras oficiales de dicha cartera en Guatemala, solo este martes 35 personas perdieron la vida a causa del COVID-19. Sin embargo, los datos de la cartera sanitaria han sido cuestionados por la sociedad civil y algunos congresistas de la oposición que han señalado variaciones y cambios en los datos totales, es decir un subregistro. Incluso el propio Ministerio ha reconocido haber repetido cifras en una oportunidad.

La portavoz de Salud, Julia Barrera, asegura a Efe que el cementerio ha recibido -hasta el 11 de junio, según la última información recibida- 153 cuerpos, -111 masculinos y 42 femeninos-; además, afirma que solo llegan allí fallecidos “que no son reclamados por familiares o los familiares carecían de un lugar para inhumarlos”, pero la realidad contradice al protocolo.

En las afueras del cementerio, un hombre enlaza su teléfono móvil a una video llamada con un familiar para despedir al cuerpo de su mamá que yace dentro de una camioneta. En la otra mano, sostiene una toalla para secar las amargas lágrimas y el coraje contenido.

Duras despedidas y crudos relatos de las familias

Otra familia interrumpe a lo lejos la despedida al llegar a La Verbena detrás de un vehículo funerario; y llevan altoparlantes en el techo que resuenan en todo el vecindario. Del auto particular desciende una mujer con sus dos hermanos menores y con su esposo. Están aún confundidos por lo que acaba de pasar pero deben despedir, en esas condiciones sórdidas, a su madre, de solo 49 años.

“La semana pasada mi mamá tuvo síntomas respiratorios. Pensamos al principio que era una sinusitis pero el sábado la tuvimos que llevar al hospital porque tenía fiebres muy altas y decía que le costaba respirar. Nos la entregaron el domingo fallecida y nos dijeron que era por posible COVID-19. No le hicieron la prueba”, dice a Efe la hija mayor, que prefiere no identificarse.

Un hombre cubierto con un traje especial carga unas flores para colocarlas en una tumba en el cementerio La Verbena. (Foto: EFE)
Un hombre cubierto con un traje especial carga unas flores para colocarlas en una tumba en el cementerio La Verbena. (Foto: EFE)

En la morgue del Hospital General San Juan de Dios también los obligaron a llevar a su madre a La Verbena; pese a no tener una confirmación de ser positiva por coronavirus, aunque todos los síntomas conducen a ello.

“Nosotros queríamos enterrarla en otro cementerio, pero no nos dieron permiso. Tampoco nos dijeron qué hacer, si nos poníamos o no en cuarentena y nosotros de manera individual lo haremos, pero sin ninguna información”, sostiene la mujer.

Además, en la morgue también les impidieron ver el cuerpo y les pidieron “calcular” la forma de su mamá viendo la bolsa negra desde lejos. Los familiares son obligados a despedirse de bolsas y de cajas de madera en un proceso fugaz. No hay tiempo para asimilar nada.

El caso del hombre que despidió a su padre de 78 años

Otro hombre junto a su esposa vivió la misma situación. Su padre, de 78 años de edad, llegó hace cinco días a la emergencia del San Juan de Dios por una diarrea intensa y “nos lo entregaron así, confirmado por COVID-19, en una bolsa negra”.

De Escuintla llegó otro cuerpo que, según el personal de la funeraria que lo transportaba hacia el cementerio, llevaba dos días dentro de la carroza. La familia llegó una hora más tarde, hacinada dentro de un taxi para decir adiós en la puerta de ingreso de La Verbena.

A unos seis kilómetros de ahí, afuera de la morgue del Hospital San Juan de Dios siempre hay decenas de personas que esperan por información de sus pacientes.

En una de esas funerarias cercanas al hospital, llamada La Resurrección, está desde hace 14 años el trabajador Sergio Andrade, de 56 años; él asegura que tiene 40 de trabajar en lo mismo: el trabajo con los cuerpos egresados del San Juan de Dios.

La Resurrección recién hace cuatro días comenzó a trabajar en casos de COVID-19, tras sacar todos los permisos requeridos por la autoridad. Las ventas de la funeraria aumentarán. “Aquí tenemos de todo, pero la caja que más se llevan es la económica, de 2 mil 800 quetzales. Nos estamos preparando para esto, que parece algo de nunca acabar”, avisa.