Nuestras maneras de ser de adulto y de estar en el mundo, muchas veces están condicionadas por las secuelas que nos han dejado las heridas psicológicas y emocionales que sufrimos en la infancia y que siguen latentes cuando somos adultos, según el psicólogo y psicoterapeuta Jordi Gil Martín.

Desde cómo somos, hasta qué pensamos y sentimos y cómo actuamos en nuestras relaciones de adulto, viene en gran parte determinado por ese periodo crucial que son nuestros primeros años de vida, según este especialista.

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Somos conscientes de algunas de esas heridas, pero no tenemos conciencia de la existencia ni de los efectos, de otras ‘lesiones del alma’, que permanecen ancladas en una parte profunda de la psique, que Gil Martín denomina nuestro “niño interior”.

Para dejar de reaccionar desde el pasado, tomar las riendas de nuestra vida y alcanzar una existencia plena, necesitamos tomar conciencia de todas nuestras heridas infantiles y cicatrizarlas, mediante un trabajo de introspección que Jordi Gil considera como “la misión vital” de todo ser humano que aspire a experimentar una felicidad libre de condicionamientos.

Portada del libro ‘Aprende a cuidar de tu niño interior’. Foto: PLANETA.

Esa parte nuestra anclada en la niñez

Nuestro ‘niño interior’ o ‘Yo niño’ “es un concepto que describe una parte de nuestra psique (situada habitualmente fuera de nuestro mundo consciente), que a veces emerge de nuestra mente” y que “también es una memoria infantil formada por recuerdos infantiles”, según explica Jordi Gil.

“Es una parte antigua de nosotros mismos que nos acompaña toda la vida y aparece en determinadas situaciones, durante las cuales se activa nuestro `modo niño o Yo niño´, en forma de emociones, percepciones, impulsos, pensamientos y sentimientos” de nuestra parte infantil sana o herida, superponiéndose a nuestro “modo adulto o Yo adulto”, indica.

Niño reprimido, adulto lastimado

Nuestro “yo niño” alberga una magia propia de la infancia, que puede ayudar a nuestra fortaleza interna y hacer que disfrutemos mucho cuando estamos jugando, pero también tiene heridas, debidas a traumas en nuestros primeros años, que pueden sabotear nuestra vida y felicidad actuales, haciendo que nos desconsolamos porque alguien no nos invita a un cumpleaños.

“Si quedan secuelas de maltratos recibidos o malas experiencias en la infancia, en la vida adulta la persona quizá no encuentre una manera sana de relacionarse con sus iguales, compañeros de trabajo, parejas… Si sus padres no le cuidaron, quizás sea un adulto que no come ni se viste bien, que se cuida poco a sí mismo”, explica Gil.

Sanar las heridas de la infancia requiere cierta introspección. Foto: Pexels.

Reconociendo las secuelas de nuestro pasado

Las secuelas o heridas infantiles se “reconocen mayormente por una hiperactivación o por una hipoactivación del sistema nervioso, haciendo que por ejemplo, la persona esté ansiosa o muy preocupada en una cena de trabajo o un cumpleaños, o bien que se desconecte cuando está en una reunión de trabajo”, señala.

Las secuelas también se reflejan en somatizaciones, perdidas de placer, fuerza o asertividad, y carencia de ciertos recursos vitales, y “cuando no elaboramos esas heridas, probablemente van a interferir en nuestra vida adulta”, según este psicólogo.

A través del trabajo introspectivo y una serie de ejercicios “sencillos y amables con nuestra persona” podemos sanar, proteger, cobijar y cuidar a nuestro niño interior herido y reconectar con la magia infantil de nuestro niño natural, o niño divino, es el que existió antes de la herida, aquel que vino al mundo y que mayormente vive en el juego, la confianza, la inocencia, la curiosidad, la compasión, el disfrute.

Al sanar el ‘yo niño’ el adulto recupera la alegría de vivir. Foto: Freepik.

Remedios para las secuelas del ayer

“La propuesta fundamental es dejar de ser niños heridos adultos para vivir nuestra existencia con plenitud”, destaca.

Sanar el máximo posible nuestro yo infantil herido y cicatrizar sus heridas, es una deuda que tenemos con el niño que fuimos, con esa parte nuestra que luchó por nosotros, destaca el terapeuta.

“Si, por ejemplo, a un niño se le lastima en el contexto escolar infantil, al ser víctima de acoso escolar, es posible que en su vida adulta tenga cierto nivel de ansiedad social, baja autoestima o se deje maltratar en el contexto profesional, entre algunas de las posibles secuelas post-traumáticas”, ejemplifica.

Para ayudar a cicatrizar este tipo de heridas, Gil propone tres ejercicios sanadores, que podemos aplicar en nuestra vida diaria.

VISUALIZACIÓN: Gil recomienda a la persona “visualizar, acompañada por un profesional, como se sentía en el ámbito escolar cuando se sentía maltratada, y permitirse sentir las emociones que surjan (enfado, tristeza, miedo…),  tomando conciencia de la respiración, poniendo una mano donde se sienta la emoción y abrazándose a si misma como cobijo”.

En esa situación, también puede resultar Sanador “expresarse verbalmente desde esta experiencia de dolor”.

ESCRITURA: El terapeuta aconseja que “escribimos una carta a nuestra parte herida, dándole las gracias por resistir, así como afecto y soporte, y prometiéndole que trabajaremos con las secuelas de su herida para poder sanarla”.

ATENCIÓN: También es sanador “permanecer atento a aquellas situaciones donde revivimos esa herida infantil y, desde allí, buscar anclaje en frases que nos ayudan a autosostenernos y cuidar nuestra herida para que deje de dolernos en el presente, como “soy fuerte”, “yo me cuido”, “ya no estoy solo”, según Jordi Gil.