Amanece en Tikal, como cada día desde el origen del universo. El espectáculo es asombroso. Para disfrutarlo con intensidad, hay que levantarse de madrugada y subir hasta lo alto del templo IV. A oscuras, al albur de la inmensidad, se adivina un mar boscoso infinito, del que brota el sonoro rugido de los monos congo, formando un eco sobrecogedor.
De repente, el silencio, algo flota en el ambiente, un aura mágica, un hálito espiritual en el que convergen las enseñanzas del Popol Vuh -libro sagrado de los mayas- con las reflexiones del observador en semejante escenario: En el principio de los tiempos solo había oscuridad.
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Todo estaba inmóvil y callado. Y llegó la luz, y con ella, la vida… el agua… las montañas… los árboles… los animales. Y del sagrado maíz nació el ser humano. De su obra se levantaron imponentes ciudades que se quedaron con nosotros… para siempre.
Tikal se quedó para siempre. Por eso, cada día, amanece, renovando la energía ancestral. Una tenue franja de luz comienza a abrirse en el horizonte. Se adivinan las cresterías de los grandes templos. La naturaleza es fastuosa y nace el gran astro, el sol, el gran Ajaw, Hunaphu, surgiendo del Inframundo para iluminar un día más a Guatemala, a los hijos del maíz. Los matices de la espesura exhiben todo su esplendor.
Los turistas fotografían el cuadro una y otra vez. Ante sus ojos se alza “la ciudad de las voces o de las lenguas”, según su etimología más aceptada. Una joya cultural y natural, claro ejemplo de la vida de los mayas en el Periodo Clásico -entre los años 200 y 900 de nuestra era-, aunque sus inicios se remonten al año 800 a. C. Hoy es Patrimonio de la Humanidad y uno de los Parques Nacionales de América, con 576 kilómetros cuadrados de selva en la que las piedras milenarias conviven con una gran biodiversidad.
Arcanos de la historia
La niebla se apodera del conjunto arquitectónico de forma súbita. Le confiere un toque de misterio añadido a los enigmas que quedan por resolver en Tikal. Esta ciudad fue una de las más importantes del Imperio Maya junto a Calakmul, en México, con la que sostuvo una fuerte rivalidad. Es también una de las más grandes. Sus vestigios constituyen una fuente inagotable de información sobre el funcionamiento de las sociedades mayas, así como sobre las leyes de la naturaleza en los ecosistemas de las tierras bajas del Petén.
Más allá de los numerosos guías turísticos que cada día recorren el parque a la cabeza de grupos numerosos de visitantes, los arqueólogos reconstruyen la historia de Tikal y sus diferentes etapas, como la que vivió bajo una aparente dominación de la mexicana Teotihuacán.
En sus estudios, Oswaldo Gómez, arqueólogo e incansable investigador de Tikal, ha tratado de reinterpretar las conclusiones realizadas por expertos anteriores, porque la investigación en Tikal no se detiene. Solo una cuarta parte de su área arqueológica ha sido escrutada. Por ejemplo, aquella presencia teotihuacana, ¿hay que interpretarla como una invasión o una alianza comercial? El arqueólogo sostiene que quizá fuera una mezcla de las dos, que comenzó con un acercamiento mutuo de intereses comerciales y terminó convirtiéndose en un ansia de conquista por parte de los mexicanos.
Hasaw Chan Kawil
Esta fase crucial de la etapa de Tikal concluyó a finales del siglo VII. La ciudad recuperó su soberanía a manos del gobernante Hasaw Chan Kawil. En su honor se construyeron los dos templos principales de la Acrópolis Central, las dos emblemáticas pirámides que, enfrentadas una con otra y separadas por la gran plaza, constituyen el símbolo del parque: el templo I, del Gran Jaguar; y el templo de las Máscaras -templo II-, dedicado a la esposa del gobernante. Su sucesor, Yikin Chan Kawil construyó el templo IV, desde el que asistimos a una embriagadora vista de la vegetación y las cresterías. Entre ellas surge también la del templo III, al que los visitantes no tienen acceso. No hay que olvidar el templo V, impresionante estructura al sur de la Acrópolis Central, de 57 metros de altura.
Otras estructuras, planas en su cumbre, cumplieron una función de observatorios astronómicos. Desde ellas, los mayas contaban con un ángulo perfecto de visión hacia los cuatro puntos astronómicos. De su paciente trabajo de análisis y cálculo nacieron las cuentas de medición del tiempo que hoy conforman un calendario considerado más exacto incluso que el gregoriano. Sobre la base de su observación minuciosa, sabían calcular los momentos más propicios para las cosechas, para el funcionamiento de una vida en comunidad que en Tikal superó los 1.500 años de existencia y, en el momento de mayor apogeo, los 100.000 habitantes.
Piedra en la selva
Mirta Cano, bióloga del parque, reflexiona sobre la incidencia del bosque en ese concepto de precisión matemática. “Las siembras, por ejemplo, estaban relacionadas con el paso de las hormigas, con el canto de los monos, con señales que brindaba la naturaleza”, afirma, y se pregunta a la vez en qué momento pudo perderse la conexión entre el ser humano y el medio ambiente. “Al principio todo lo basaban en el conocimiento del cosmos, de su funcionamiento. Siento que la transmisión de ese aprendizaje se cortó en un momento determinado de la historia”, advierte.
Los guías explican cómo en la época de mayor esplendor de Tikal, el territorio que ahora caminamos entre la espesura no existía. Era una gran planicie sin árboles, lo que nos conduce a otro enigma sin una respuesta clara. ¿Cómo fue realmente la relación de los mayas con la naturaleza? ¿Lograron conocer los entresijos del entorno en el que habitaban y los significados del ecosistema? Jaime Escobar, que trabaja como experto botánico del parque, cree que los mayas tuvieron gran intuición para abordar los aspectos relacionados con la ecología.
Para él, el hecho de que deforestaran las superficies de su hábitat responde a la necesidad de aumentar la superficie de sembradíos para alimentar a una población de grandes proporciones para aquella época. La madera también fue utilizada para sus templos y construcciones, por lo que demostraron sabiduría en el manejo de los recursos forestales.
Es probable que, en el colapso y abandono de Tikal, que, al igual que en otras ciudades mayas también se produjo aquí, influyera la deforestación, pero Escobar desestima la teoría de que aquella población fuera una gran destructora de árboles. En su opinión, aquella civilización fue sabia en el uso que dieron a plantas como el Ramón, cuyo fruto es más rico en proteínas y minerales que el propio maíz; o el Chico Zapote -de cuya resina se extrae el chicle-, cuyos frutos formaron parte de su dieta alimenticia.
Esencia de la Biosfera Maya
Por todo ello, a Tikal hay que entenderla de forma integral, tanto en su parte arqueológica como en la biológica. Hoy en día es ciudad maya de renombre, pero también reserva forestal y parte de la Biosfera Maya. Con una superficie de 21,602 kilómetros cuadrados, conforma el espacio natural protegido más grande de Guatemala, ocupando la mitad septentrional del departamento de Petén. La presencia de la formidable ceiba confirma este axioma, erguiendo su figura enhiesta de árbol sagrado, columna vertebral que une el mundo real con Xibalbá, el Inframundo.
Turismo sostenible
El futuro pasa por un manejo sostenible del turismo. Mirta Cano recuerda que la variada fauna que habita en el bosque de Tikal vive en condiciones de libertad: “Son animales salvajes, que buscan su alimento de forma instintiva. Muchos turistas, al querer acercarse a ellos y darles comida, lejos de ayudarles están alterando el comportamiento natural de las especies. El turismo supone un alto impacto para Tikal, por eso hay que manejarlo bien y realizar tratamientos adecuados de desechos”.
La bióloga recomienda a todos los turistas que cuando lleguen a Tikal se hagan con los servicios de un guía. “El parque es difícil de entender y acompañados de un guía especializado podrán comprender los procesos que se producen en esta ciudad milenaria y sentir las energías que emanan del sitio”, añade Mirta.
Mientras, el sol entrega el testigo a la luna en la labor diaria de iluminar esta ciudad eterna. Será hasta mañana, cuando amanezca. Entonces, el conmovedor rugido de los monos congo y la sinfonía de colores completarán el ciclo sagrado de la vida.