Los colores rojo, morado y blanco, propios de las vestimentas tradicionales de sus pobladores, envuelven el paisaje de San Juan Atitán y arropan su patrimonio inmaterial, entre casas de adobe y teja encamaradas en una ladera de los casi invencibles Montes Cuchumatanes, en el departamento occidental de Huehuetenango.
Sus riscos han protegido una costumbre antigua, que data de la época colonial y enclava sus raíces en la tradición maya. Se trata de un singular rito que deriva en una forma de organización social única, en torno a un grupo de autoridades locales que, de manera voluntaria, apoya en distintas labores a los responsables municipales.
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El alcalde y sus acompañantes aparecen enfundados en sus flamantes trajes: camisa con cuello, pantalón blanco y una gruesa prenda con final en forma de faldón llamada capishay, hecha de lana de oveja para combatir el frío. Completan su indumentaria con un morral y un sombrero de paja que ellos mismos trenzan. Aferrados a sus varas de mando, no dudan al opinar sobre la remota costumbre de las autoridades locales: “Es una tradición del pueblo, que nadie quiere perder. Es parte de nuestra cultura”, declaran orgullosos.
Este grupo de hombres forma parte de las casi 200 autoridades que este año han de prestar su servicio a la comunidad. Los demás están repartidos por las calles del pueblo, supervisando los caminos, los bosques, el mercado… en definitiva, velando porque el orden y la convivencia pacífica sean características del buen funcionamiento de este municipio y sus aldeas, que albergan cerca de 30 mil habitantes.
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Son varios los cargos que ocupan
Por un lado, están los regidores, encargados de mantener los caminos, los puentes, el funcionamiento de las obras públicas, en general. Por otro, los “mayores” vienen a ser una especie de policía municipal, pendientes siempre de que se cumplan las ordenanzas municipales y que nadie se atreva a alterar el orden público. Otra figura es la de los guardabosques. Como su nombre indica, sobre ellos recae la tarea de cuidar los recursos naturales de San Juan Atitán.
Estridentes pitidos resuenan en las montañas y sus abismos. Son los silbatos que usan los guardabosques para alertar de su presencia y disuadir a los incautos. El problema viene cuando, impulsados por la necesidad, algunos sanjuaneros acuden a talar árboles de forma ilegal. Contravienen la ley y son juzgados y castigados por su irreverente actitud.
Aparte de regidores, mayores y guardabosques, hay otras autoridades locales, como los alcaldes auxiliares de cada aldea y dos alcaldes de costumbre –también llamados ‘alcaldes rezadores’-, que mantienen viva la relación con los antepasados mayas. Ellos transmiten su sabiduría ancestral y los conocimientos que encierran las narraciones de la tradición oral y otros tesoros intangibles como el calendario sagrado.
Las autoridades locales son elegidas cada año por los cuatro regidores principales
Durante doce meses son los encargados de ir observando quiénes pueden ser los encargados del próximo ejercicio. Su decisión se basa en el cumplimiento de ciertos requisitos basados en la honestidad y el respeto por la tradición, lo que implica estar dispuesto a sacrificar un año entero de los ingresos que habitualmente genera por su trabajo para dedicarse de forma desinteresada a ser “mayor”, “guardabosque” u otro tipo de autoridad.
Cada año la costumbre se repite y se eligen nuevas autoridades. Todo el pueblo está llamado a participar. Los regidores preparan la lista y presentan una propuesta al alcalde y los concejales. El centro de atención se sitúa en la Casa de Costumbre. En el interior del edificio principal, el alcalde, los concejales y los regidores principales analizan las listas de los elegidos. Nadie en la comunidad conoce sus nombres. Las listas están escritas a mano y son objeto ahora de una cerrada y exhaustiva revisión, que dura varias horas.
La espera se hace larga, por eso los allí concentrados meditan, conversan, incluso bailan con la marimba al ritmo de los sones tradicionales. Han traído bebidas para todos, mientras esperan el veredicto final. Luego de tomar la decisión, cada uno sale con su ramo en la mano para dirigirse a su lugar de destino. Irán a pie y no importa que sea un barrio, una aldea o una casa aislada. Algunos tardan hasta más de dos horas en llegar. Abajo, en la plaza, esperan sus más allegados para acompañarlos. Cada autoridad saliente entrega el ramo a su sucesor.
Desde el ocaso, vigila la tradición, con su imponente porte, el volcán Tajumulco. Resuenan más abajo las aguas del río Cuilco. Y, al amanecer, cuando el tiempo maya se renueve, las autoridades locales comenzarán un nuevo ciclo en San Juan Atitán.